En la Costa Rica del siglo XIX y principios del XX, durante las noches, las calles de las ciudades costarricenses, en especial las de las zonas rurales, eran muy solitarias y oscuras. No existía la televisión y la gente acostumbraba a dormir temprano, a la vez que el alumbrado público se limitaba apenas a las principales calles del centro, todo lo cual era propicio para que se tejieran historias de espanto. Aunque el mito es conocido en todo el país, es en las poblaciones de Escazú y San José donde ha tomado más forma la mayoría de las versiones de la leyenda.
También se ha argumentado que una de las causas del origen de este mito se remontan más atrás, a la época de la colonia española, donde los colonos, ante la escasa población indígena que habitaba el país aún antes de la llegada de los conquistadores, se veían obligados a trabajar en la labranza de la tierra, actividad en la cual la carreta era una de sus principales herramientas.
El mito se habría forjado durante la epidemia de cólera de 1856. Con el pretexto de limpiar los tanques sépticos llenos de aguas negras, fuente de la infección, las autoridades de gobierno y médicas de la ciudad de San José habrían decidido elaborar un plan en donde se extraían las aguas contaminadas y se sacaban de la ciudad en barriles dentro de una carreta conducida por voluntarios, barriles que eran vaciados en el río Virilla.
Para evitar un escándalo por parte de la población debido a este acto ilícito, los voluntarios harían el trabajo vestidos de negro a altas horas de la noche, colocando también mantas negras sobre los bueyes, de modo que las personas que anduvieran en la calle a esas horas, habrían referido la visión de una carreta sin bueyes ambulante por las callejuelas de la ciudad. De este modo, podrían trabajar sin ser molestados, pues los supersticiosos pobladores, asustados, evitarían salir de noche.
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