Había una vez una pintoresca ciudad llamada Aserrí ubicada a 11 km al
sur de San José y gobernada por un español ilustre y bien parecido, de
quien la Bruja Zárate se enamoró perdidamente. El la despreció y
entonces ella juró vengar aquel desaire que le hizo el español. Días
después amanecía la aldea convertida en una enorme piedra, los
habitantes en animales de la montaña y el orgulloso español Pérez Colma
pasaba a la categorfa de pavo real.
La Zárate era una mujer
blanca, gorda, pequeña, de ojos grandes y negros, mirada maliciosa,
usaba peinado con dos trenzas, dueña de sí misma, solía curar a sus
enfermos y cuando le consultaban casos tristes, les obsequiaba frutas
que al llegar a sus casas estas se convertían en piedras preciosas y
monedas de oro.
Cierto día, un señor llamado Diógenes Olmedo fue a
visitar a la famosa Zárate, para ver si le daba suerte y fortuna.
Después de caminar cerca de seis horas, llegó al anochecer a la piedra y
cansado de dar vueltas alrededor de ella sin encontrar un medio para
poder hablar con la Bruja Zárate, resolvió recostarse en la piedra y
esperar. Esperó tanto que el cansancio lo dominó y se quedó dormido.
Horas después deliraba, mirando a su lado un árbol en cuyas ramas se
posaron unas blancas palomas diciéndole con voz humana: “Si quieres
hablar con la encantadora Zárate, da tres golpes a la piedra y dí las
siguientes palabras: -Busco en vano mi ideal… años caminando y siempre
en pie, linda Zárate escucha y ábreme por el amor al pavo real”.
Seguidamente las palomas retomaron el vuelo dejando caer pétalos
blancos.
Diógenes despertó… Ya era medianoche, levantándose dió
tres golpes a la piedra y al mismo tiempo repitió las palabras que le
habían dicho las palomas. En ese instante la piedra se iluminó, apareció
la Zárate con un chal tinto cruzado por los hombros, en sus dedos un
cigarrillo encendido y en la otra sujetaba con una cadena un lindo pavo
real. Se dirigió con amabilidad al pobre hombre que temblaba de pavor
diciéndole: ¿Qué de mi, buen hombre. En que puedo complacerte? Diógenes,
tomando valor se acercó, la saludó inclinándose y luego le contó su
doliente historia, su viudez, sus hijos enfermos y hambrientos. La Bruja
Zárate. como si recordara algo y pensativa le preguntó: ¿Cuánto tiempo
hace que murió tu esposa y cómo se llamaba? El pobre hombre le
respondió: -Ella no murió… hace dos años salieron ella y unas amigas a
bañarse a un río en la montaña… nunca más se supo de ella ni de sus
amigas, desaparecieron misteriosamente… su nombre era Lupita Olmedo.
La
Zárate movió sus cejas, aspiró el humo de su cigarrillo y con una
carcajada estripitosa enfrió la sangre del pobre hombre y le dijo:
“Conmovida por tu amargo sufrir y porque me has pedido por el amor de mi
ave favorita, el pavo real, te voy a dar lo que necesitas”. Caminaron
una hora montaña arriba y por fin llegaron a una planicie en donde una
hermosa laguna rodeada de bambues, toronjas y limones emergían de ese
bello lugar, la bruja tomó varias toronjas y le dijo: Toma, aquí tienes
el alimento de tus hijos”. Diógenes llenó su alforja con los frutos, en
ese instante doce palomas blancas se posaron sobre los bambues y la
bruja Zárate le dijo: “Puedes marcharte ya, esas palomas te serán de
guía”.
Regresaba el pobre hombre pensativo y desilusionado,
llevando en los hombros aquel cargamento de toronjas y en el alma la
promesa de una mujer coqueta y repugnante. ¿Para qué tanta fruta y
tantas palabras vanas?… Llegando a la mitad del camino y sintiendo
aquella pesada carga decidió aliviarla, y arrojó seis toronjas por un
precipicio hasta llegar a un río y desaparecer.
Más aliviado prosiguió
su camino, sus hijos lo divisaron y echaron a correr hacia el
preguntándole que les había mandado la señora Zárate. Diógenes fingiendo
alegría, les contó que ella les mandaba unas hermosas toronjas y que al
día siguiente llegarían doce palomas blancas a darles una sorpresa. Los
niños se durmieron esa noche, esperando el día siguiente para atrapar
las palomitas y divertirse con las toronjas. Al día siguiente las
toronjas amanecieron convertidas en oro puro, y más tarde Diógenes y los
niños percibieron el ladrido de los perros y pisadas de caballos, cuál
sería la sorpresa al ver que regresaban las doce paseantes que una
mañana, felices fueron a la montaña y no regresaron. Lupita Olmedo venía
adelante galopando para estrechar a sus hijos y su inconsolable esposo.
Y contaban que la bruja Zárate, al verlas bañandose en el río tuvo la
ocurrencia de convertirlas en palomas blancas y que formarían así su
corte de honor. En cuanto al pavo real, le prometió que tan pronto
consienta en ser su esposo, le devuelve su forma primitiva, pero el
honorable español conservará su abolengo, es preciso resignarse a ser
pavo real prisionero, antes que esposo de la hechicera en libertad.
Interesante! No la habia escuchado.
ResponderEliminarInteresante! No la habia escuchado.
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